domingo, 15 de junio de 2008

No era un OVNI, sino un remache metálico

Léelo con las ventanas bien cerradas, por si acaso

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Al filo del alba, cuando la bruma rezagada aún se resignaba a abandonar las entrañas de los trigales, un disparo quebrantó la aurora.

De nada me sirvió intentar persuadirle de que no trajera a casa ese viejo cacharro, que amenizaba las noches con los fatídicos sucesos del día, y que revestía el vacío de las tardes a la sombra de un implacable sol con su impetuoso eco procedente del salón. Iba a ser el fenómeno del vecindario, decía él, y no andaba mal encaminado porque pronto los vecinos comenzaron a reunirse a las puertas de la casa mientras a él se le dibujaba la sonrisa de triunfador, que dejaba averiguar un orgulloso “te lo dije”. Y así fue hasta que una tarde del cuarenta y siete, el andrajoso aparato anunció que los habían visto allí arriba. Entre los murmullos de desdén – “bah embusteros” – de los viejos y las miradas atónitas de los niños, él se volvió loco. Cogió la vieja radio y con la huella del terror impresa en la cara, la reventó contra la pared. Después terminó de hacerla añicos con violentos pisotones. La garganta colapsada por el pánico, que no le permitía emitir un solo indicio de temor. Cogió los restos de la radio y echó a correr campo a través entre los trigales, dejando su rastro quejumbroso tras de sí, hasta que llegó al punto más alejado de la casa, y la enterró allí.

Cuando volvió, ebrio de miedo aún, dijo con los ojos clavados en ninguna parte que quienquiera que viniese desde allí arriba no iba a atravesar la puerta de la casa, que nadie iba a hacer nada a su mujer y a su niño y que él se ocuparía de ello. Con el pulso aún tembloroso, cogió la escopeta de detrás de la puerta y se sentó en el rellano a esperarlos. Con el arma en el regazo y el rostro corrompido por las lágrimas, comenzó a repetir un insistente “nadie va a venir desde allí arriba” que hacía las veces de nana en la oscuridad de la noche. “Nadie va a venir desde allí arriba”, repetía.

Un disparo quebrantó la aurora y a mí el sueño me pilló desprevenida. Me abalancé hacia el rellano y lo único que quedaba de él era su sombra atormentada. Presa de la histeria, corrí a buscarlo entre los campos, mis gritos alarmaron al vecindario, mientras el llanto del niño que se había despertado hambriento convertía la atmósfera aún más insoportable. Lo busqué hasta en el último metro cuadrado de la hacienda, pero no había ni rastro de sangre, ni de su escopeta, ni de su cuerpo inerte. Se lo habían llevado los de allí arriba. Decía que venían a por nosotros, y se lo llevaron a él. Candela la viudita, me empezaron a llamar. Candela la viudita loca que en pleno mayo mandó a recolectar la cosecha para dejar el terreno despejado y convencerse de que a su marido se lo habían llevado de verdad. Candela la viudita a la que se le apagaron los ojos de no poder dormir por tenerlos alerta siempre mirando al cielo, esperando a que ellos volvieran y lo trajeran de vuelta. Candela la viudita triste, a la que lo que más le pesaba era no haber encontrado la escopeta para que también a ella se la llevaran allí arriba y poder encontrarse por fin con él.


La Croaca, 15 de junio de 2008

Taosalamandra

5 comentarios:

  1. (ciencia) ficción envasada en hechos reales. Unicornios domésticos y abducciones misteriosas y desadas.

    antonieto el viudito

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  2. Historia triste, pero bonita.De esas que te apetece leer muchas veces seguidas.
    A más de uno deberían abducirlo.

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  3. " A más de uno deberían abducirlo".
    taca!


    La pobre Candela lo que no sabía era que habían sido abducidos por placas de metal y no por ovnis de verdad. Eso sí que es lo triste de la historia.

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  4. Hay algunas frases subrayables en este relato. Muy bien ambientado.

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  5. para mi los ovnis son los jinns del coran.

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