Con sus idas y venidas de cabeza, había veces que se presentaba en plena cita sin ella.
Yo me enfadaba una barbaridad: “¡Me invitas a cenar y te dejas la cabeza en casa, me parece una falta de respeto enorme!”. En esos casos y a duras penas, él buscaba mis piernas con sus manos y me decía: “Enhorabuena, no tienes spam”. Se había pasado toda la tarde en la bandeja de entrada del correo electrónico. Esos días eran los que yo aprovechaba para recordarle que no era negro, y él no podía llorar hasta que no llegase a casa y, con suerte, para cuando ese momento llegase, ya se habría olvidado de todas las perrerías que yo le decía mientras mi hinchaba felizmente a kebabs sin que pudiese darse cuenta de que toda la salsa me bajaba desde la comisura de los labios hasta la barbilla.
Siempre que me tumbo en la cama con él, pienso que llegará un día en que la realidad virtual y la realidad “verdadera” coexistirán pacíficamente y se pueda entrar y salir de ellas sin necesidad de un visado.
Una prostituta (Berry) y una abogada (Huckle) recorren el Rin en hidropedal.
Capítulo 8: Durmiendo en el bosque-Levantando la muerte- ¡Vigila!- Explorando Francia- Un sueño provechoso-Buscando a Berry- La huida de Berry- Señales- “Esa puta barata!” El sueño de Holanda
El sol se encontraba en su punto más alto cuando me desperté, ypensé que serían ya más tarde de las ocho. Me tumbé sobre la hierba pensando en algunas cosas. Me sentía descansada, bastante cómoda y, de alguna manera, satisfecha. Berry se encontraba arreglando el hidropedal. Lo tendría listo para la noche. Yo por mi parte le daba vueltas a todo lo que había dejado y me había tenido atada durante tanto tiempo, dándome cuenta de que ese todo lo hacía el subnormal de mi jefe casi él solito. Recuerdo días enteros en la oficina del bufete encargándome de las demandas que a él no le interesaban, lo que en algunos momentos llegaba a ser el total del trabajo de nuestra pequeña y luminosa oficina. Si es verdad que tenía una luz que casi te hacia arrugar la cara, pero yo lo que dejo atrás es oscuridad. El Rin me aleja de ella.
Mentiría si dijera que no llegué a pasar buenos momentos con él. Sobre todo al principio porque él me enseñó mucho de lo que ahora sé. Hacíamos buen equipo. Yo era dócil, ingenua y atenta. Él era rápido, inteligente y experimentado. Pero el alcohol le fue quitando todo eso, y lo fue matando poco a poco. Matándolo hasta el punto de que mi jefe estaba muerto. Un muerto que me intentaba acosar sexualmente, una especie de necrofilia a la inversa, y que además me obligaba a hacer todo el trabajo de aquel cementerio. Claro, los muertos trabajan en los cementerios, todo el mundo sabe eso.
Cuando decidí dejarlo todo, simulé mi propia muerte para que mi jefe me dejara de buscar, aunque estoy seguro de que lo sigue haciendo, ofreciendo incluso algún tipo de recompensa si me encuentran, viva o muerta. Esto a él, como difunto, y como es normal, le da igual.
Berry me había acompañado casi desde el principio. Ella huía, sin embargo, de algo muy distinto. No aguantaba las trabas que le impedían trabajar con normalidad. Quería llegar hasta Holanda, donde la prostitución se encuentra en el terreno de la legalidad y cotiza en la Seguridad Social. Con toda mi vida vinculada al derecho siempre he considerado la prostitución como un ataque contra los derechos humanos, y sobre todo contra la mujer. Pero con todo el tiempo que hemos pasado juntas me he dado cuenta de que su caso poco tiene que ver con el de las mafias que someten a las chicas que llegan del este. Quizá mis años en la oficina tuvieron más que ver con la explotación que la vida profesional de Berry, a la que simplemente veo como alguien con la moral distraída.