jueves, 5 de junio de 2008

Ban Ki-moon: "Las políticas alimentarias no deben empobrecer al vecino"

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Léalo escuchando el Requiem de Mozart



Yo era un colchón blanco y de látex, marca King Rest, fabricado en Maine. El 3 de abril del 88 me trasladaron, nuevo y flamante, desde la planta baja de la fábrica, directo a la Gran Manzana. Viví desde entonces en la habitación más grande del 4 de la Avenida St. Michael, aunque mis compañeros, un somier –medida 90- y una mesita de roble, me recibieron sin excesos y nunca me dirigieron palabra.

Big George o así me acostumbré a llamarlo, llegó aquella misma tarde. Vestía un conjunto azul y comía una hamburguesa Big-mac-gigante que chorreaba mostaza dulce. Big George tenía entonces 6 años, y no fue hasta 20 después, tras las mañanas sobresaltadas de viscosa adolescencia, las revistas que guardaba hábil bajo mi vientre y alguna que otra mujer, me atrevería a decir que siempre pagada, cuando Big George decidió dejar el techo paterno y me empujó, sin miramientos, desde el cuarto piso. Dormí aquella noche a la intemperie, hasta que un camión verde y blanco me recogió habiendo amanecido.

Días de viaje más tarde –juraría hasta que fueron meses-, aparecí en una casa de El arce, una aldea mejicana de unos 2oo habitantes. “El servicio de recogida de muebles” –así lo llamaba la madre, siempre agradeciéndole a los “gringos”, y a aquella cruz de madera-, me había llevado a aquel lugar, desde mi hogar en la Avenida St. Michael, para que me instalase, esta vez no tan nuevo y flamante, entre las paredes caladas de un cuarto sin ventanas.

El pequeño Jorge o así me acostumbré a llamarlo, llegó aquella misma mañana. Vestía una camiseta gigante y se metía constantemente los dedos en la boca. El pequeño Jorge tenía entonces 6 años y no fue hasta el mes siguiente, una madrugada de junio, tras los sollozos de las noches, los sudores congelados y el incesante canto de las tripas, cuando el pequeño Jorge decidió dejar el techo paterno.

Le empujaron, encerrado en una caja blanca, a un socavón del suelo infértil mientras la madre, sin tenerse en pie, me destrozaba a palazos y gritaba horrorizada ¡malditos gringos! e insultaba, ya sin aliento, a aquella cruz de madera.

S.Hayes

La Croaca, 5 de junio de 2008

9 comentarios:

  1. escalofriante.
    De lo mejor que he leído en bastante tiempo ( sin menospreciar el trabajo de los demás). Además, ya sabes que el requiem de mozart me parece la mejor composición de la historia. (además, escoges el introutiutius con ese kyrie eleison( señor, ten piedad) que es totalmente acorde a lo escrito)
    Increíble.

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  2. Da mucho que pensar. Ojalá todos pudiéramos ver tan claramente, como este colchón,lo burdo y egoísta que es nuestro modo de vida, lo ineficiente y cruel que es el mundo que hemos diseñado, la desproporción de la abundancia y la escasez.

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  3. Como un puñetazo en los ojos.
    Y bravo por elegir el Requiem.

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  4. es una gota del mar que nos negamos a ver...

    saludos..

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  5. nadie mejor que tu padre para describir la sensación que se te queda nada más llegar a las últimas líneas...será por el puñetazo por lo que se me ha mojado un poco el ojo

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  6. Soy renacuajo

    La mejor manera de reflejar todo en tan poco. Desde hoy quiero más a mi colchón, sobre todo al de mi casa.
    Si tú hubieras acabado el réquien que Mozart dejó inconcluso, igual el mundo no estaría ahora como está
    Renacuajo

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  7. Mujer, a mi me ha encantado y me pliego ante su éxito como parte residual y menos aventajada del matrimonio.

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  8. qué bestia...
    y qué bueno

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  9. impacta como caer desde un cuarto piso de una elegante casa en la avenida st.mchael.

    y el requiem me ha recordado a la peli amadeus pero sobre todo a la madre apaleando el colchón

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