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Léelo como si tú fueras él.
- Vamos, circulen, circulen.
- Sí que nos vamos, pero a tu casa. Todo ha pasado, tranquilo.
Estaba harto. No lo aguantaba más. Cuando no eran los policías, eran los alcaldes los corruptos. La semana pasada se quedó sin poder comprar la media docena de huevos con Omega 4 que acostumbra a comprar todas las semanas desde hacía tiempo. Por culpa del paro no había comida en el supermercado. Podía tolerar cualquier cosa, pero sus huevos eran intocables.
Decidió que era hora de ponerse al mando del aparato del Estado. Lo haría solo. No tenía miedo a nada ni a nadie. El país cambiaría a partir de ese momento.
Su mano derecha, temblorosa, empujó la puerta trasera de la Comisaría. El que parecía un conocido ladrón callejero conducido por un agente; uno que pagaba una multa por comportamiento inadecuado en la vía pública; lo de siempre, pensó. Se dirigió a una de las dependencias: “Vestuario masculino”, decía. Las taquillas estaban cerradas a cal y canto. Lógico, se dijo a sí mismo. Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y encontró una de las horquillas que su antigua novia se iba dejando por todas partes. Acostumbraba a llevar siempre una consigo; nunca había superado la ruptura y le recordaban a ella. Siempre pensó que alguna vez le servirían para algo. Ahora comprendía que esa horquilla era su salvación. Forzó una de las cerraduras. Allí estaba. Un uniforme impoluto, planchado y doblado, con su gorra. En el estante superior estaban la porra, la pistola y las esposas. El mundo se rendía a sus pies.
Hecho un pincel con su nuevo uniforme hizo el recorrido a la inversa. Eso sí: ahora saldría por la puerta principal. Sus “compañeros” le saludaban y él respondía con un movimiento de cejas, lo típico que se hace cuando te encuentras a esa persona que ves muchas veces a lo largo de un día.
El camino que tenía que recorrer era largo. Había muchas cosas que hacer pero, lo primero era lo primero. Respiró hondo, tragó saliva y se colocó en una de las desembocaduras de la Calle Mayor, una de las partes de la ciudad donde el tráfico era más denso. De pronto, dos manos lo agarraron bruscamente por el hombro; de hecho, le hicieron daño.
Dicen que es un perturbado, que no estaba en su sano juicio pero, ahora más que nunca, creo que es la persona más coherente que jamás he conocido.
Renacuajo
La Croaca, 20 de junio de 2008
Léelo como si tú fueras él.
- Vamos, circulen, circulen.
- Sí que nos vamos, pero a tu casa. Todo ha pasado, tranquilo.
Estaba harto. No lo aguantaba más. Cuando no eran los policías, eran los alcaldes los corruptos. La semana pasada se quedó sin poder comprar la media docena de huevos con Omega 4 que acostumbra a comprar todas las semanas desde hacía tiempo. Por culpa del paro no había comida en el supermercado. Podía tolerar cualquier cosa, pero sus huevos eran intocables.
Decidió que era hora de ponerse al mando del aparato del Estado. Lo haría solo. No tenía miedo a nada ni a nadie. El país cambiaría a partir de ese momento.
Su mano derecha, temblorosa, empujó la puerta trasera de la Comisaría. El que parecía un conocido ladrón callejero conducido por un agente; uno que pagaba una multa por comportamiento inadecuado en la vía pública; lo de siempre, pensó. Se dirigió a una de las dependencias: “Vestuario masculino”, decía. Las taquillas estaban cerradas a cal y canto. Lógico, se dijo a sí mismo. Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y encontró una de las horquillas que su antigua novia se iba dejando por todas partes. Acostumbraba a llevar siempre una consigo; nunca había superado la ruptura y le recordaban a ella. Siempre pensó que alguna vez le servirían para algo. Ahora comprendía que esa horquilla era su salvación. Forzó una de las cerraduras. Allí estaba. Un uniforme impoluto, planchado y doblado, con su gorra. En el estante superior estaban la porra, la pistola y las esposas. El mundo se rendía a sus pies.
Hecho un pincel con su nuevo uniforme hizo el recorrido a la inversa. Eso sí: ahora saldría por la puerta principal. Sus “compañeros” le saludaban y él respondía con un movimiento de cejas, lo típico que se hace cuando te encuentras a esa persona que ves muchas veces a lo largo de un día.
El camino que tenía que recorrer era largo. Había muchas cosas que hacer pero, lo primero era lo primero. Respiró hondo, tragó saliva y se colocó en una de las desembocaduras de la Calle Mayor, una de las partes de la ciudad donde el tráfico era más denso. De pronto, dos manos lo agarraron bruscamente por el hombro; de hecho, le hicieron daño.
Dicen que es un perturbado, que no estaba en su sano juicio pero, ahora más que nunca, creo que es la persona más coherente que jamás he conocido.
Renacuajo
La Croaca, 20 de junio de 2008
Me gustan las historias de perturbados, y es la primera vez que se da una explicación lógica a por qué la gente de repente tiene una horquilla en el bolsillo para forzar una puerta!
ResponderEliminarA mi no me gustan los perturbados. Y es que este hombre no es un perturbado! Estoy de acuerdo contigo renavuajo!
ResponderEliminaryo no pude evitar acordarme de un loco que salió por la calle más transitada de tokyo y empezó a matar a la gente...en fin...
ResponderEliminary que además, anunció su matanza en internet...no será esto el principio del genocidio encabezado por un ejército renacuajil?
Quiero aclarar que Renacuajo es un ente independiente y que no dispone de ejército; además, es una persona cabal y coherente.
ResponderEliminarQué coño. Sois los putos reyes de la blogosfera.
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