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Lee tras escuchar Santiago de Chile
Me hicieron en un bajo de la Calle Las Condes, era siete de agosto en Santiago de Chile. Benjamín el cojo, un mejicano zapatero y zapatista, me colocó en su escaparate, delante de un odre a rebosar de aceite. No tardaron en llevarme, un hombre, Matías Zermeño, quien me tuvo veinte años sobre la rinconera del salón. Un 7 de agosto del 39 el hijo de Zermeño, Zermeño menor, agarró con furia mis asas y me llenó, casi a explotar, de jerséis estampados y calcetines de lana. Viajé a Italia y a Francia, también a Holanda y a Bélgica, siempre metido en camarotes inmundos donde a duras penas conciliaba el sueño.Los días y las olas me llevaron a Berlín, era entonces el 45, y fue allí donde Zermeño me abandonó a mi suerte, al este de un muro de polvo en una tienducha donde se vendían también latas de atún.
60 años después, cuando estaba ya convencida de mi irremediable condena al olvido, unas manos más bien robustas, atadas a un cuerpo chileno, tiraron de mis asas cansadas y acabaron por sacarme de un golpe a la acera. Ellas me llevaron de vuelta por Italia y por Francia, por Holanda y por Bélgica, llegué a los Polos y también a la India, hasta que una mañana de mayo, un avión en clase turista me llevó de vuelta a Santiago.
Allí conocieron a Sofía, una joven radiante a la que esmerándose amaban cada noche , como el músico que tañe las cuerdas de una guitarra. Duró la pasión unos años, ambos se adoraban de forma imposible, hasta que ella se fugó, un tiempo más tarde, con un malabarista húngaro. Tardó el artero poco en dejarla, ella me llevó consigo, acabamos en un burdel de Buenos Aires, gimiendo cada madrugada con agónicos quejidos.
Una noche al sacar sus medias, encontró ella en mi funda un cuaderno alemán de hule que con letra de mano firme, repetía en sus trescientas páginas Sofía. Sofía. Sofía. No pudo aguantar el dolor por lo que no fue pero pudo haber sido y me envió, en el camarote de un bimotor argentino, rumbo a Chile, sin dirección, ni siquiera con una nota de aviso.
La Croaca, 13 de junio de 2008
Sally Hayes.
Ya eres especialista en protagonist
ResponderEliminarlas inertes. Ahora me pregunto cómo se sentirán todas esa maletas perdidas, llenas de recuerdos y de vidas. Todos eso secretos por los que habrá cambiado el curso de tantas historias van a ser subastadas. ¡Sacrilegio!
Precioso. Y creo que todo esto viene del ya famoso: "¡Cómeme Sara!". En tus relatos se muestra aquello que los demás no podemos escuchar, y tú sí.
ResponderEliminarte juro que el comentario que iba a escribirte esta mañana a las nueve era un híbrido entre el de havie y el de antonio, pero me salía demasiado cursi, así que ellos ya lo han dicho todo por mí
ResponderEliminareres todo falsa modestia, diciéndome en el mail que tu entrada de hoy era una mierda...a mí me encantó
Ay, si las maletas hablaran... Supongo que se quedarían calladas, porque nadie las quería escuchar. Salvo personas como tú. Encantador relato, en su sentido más mágico.
ResponderEliminarMe alegro de que al menos la maleta te haya tenido a ti para que escucharas sus penas. No todo el mundo puede hacerlo.
ResponderEliminaral menos en esto, ¡alma gemela!
ResponderEliminaren uno de mis libros hice hablar a mesas sillas y gatos...
un encuentro agradable el de hoy.
La croaca: me suena ese pueblo.
Tras volverlo a leer, pienso: el control de equipajes me fascina porque es catastroficamente aleatorio.
ResponderEliminarLa vida de una maleta que llego a Chile me fascina, porque no hay razón para acabar en Chile.
Podría haber sido otro el destino y otra la maleta, pero no, ella es catastróficamente aleatoria: así, como este anfibiotico.
Pues leído ésto, sólo tengo que decir que me gustaría haber sido maleta.
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