Léelo y después cómprate un kayak por si las moscas.
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El agua lo anegaba todo. Es curioso, pero todos los años, desde el primer día que fui al colegio, había rezado para que las calles se inundaran, las clases se suspendieran, los autobuses se cambiaran por góndolas o vaporettos...
Lo tenía todo muy bien planeado. En mi terraza instalaría un trampolín olímpico para ahorrarme bajar en ascensor los siete pisos que dura todos los días la conversación desaborida con mi vecino. En el portal guardaría una lancha motora y unos esquíes acuáticos. Cuando me aburriera del esquí, me dedicaría a pescar mugles que estofaría para los invitados inoportunos. La basura la tiraría por la ventana y la corriente la haría desaparecer. Con suerte, alguno que me sé desaparecería absorbido por algún torbellino imprevisto. Los atardeceres los pasaría con alguna mujerzuela sin tapujos dispuesta a refregarse conmigo en una romántica balsa sacada del Retiro.
Pero justo hoy, cuando por fin alguien ahí arriba decide que el cielo se enfurezca y los ríos se desborden, es cuando menos lo deseo. Encaramado en la cima de un árbol, agarrándome a una rama, pido auxilio desesperadamente. El agua está sucia y espumosa, trae troncos y escombros; de vez en cuando, algún animal muerto. El olor es nauseabundo. Las corrientes amenazan con ahogarme y nadie puede hacer nada por mí.
Henryque
La Croaca, 2 de junio de 2008
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El agua lo anegaba todo. Es curioso, pero todos los años, desde el primer día que fui al colegio, había rezado para que las calles se inundaran, las clases se suspendieran, los autobuses se cambiaran por góndolas o vaporettos...
Lo tenía todo muy bien planeado. En mi terraza instalaría un trampolín olímpico para ahorrarme bajar en ascensor los siete pisos que dura todos los días la conversación desaborida con mi vecino. En el portal guardaría una lancha motora y unos esquíes acuáticos. Cuando me aburriera del esquí, me dedicaría a pescar mugles que estofaría para los invitados inoportunos. La basura la tiraría por la ventana y la corriente la haría desaparecer. Con suerte, alguno que me sé desaparecería absorbido por algún torbellino imprevisto. Los atardeceres los pasaría con alguna mujerzuela sin tapujos dispuesta a refregarse conmigo en una romántica balsa sacada del Retiro.
Pero justo hoy, cuando por fin alguien ahí arriba decide que el cielo se enfurezca y los ríos se desborden, es cuando menos lo deseo. Encaramado en la cima de un árbol, agarrándome a una rama, pido auxilio desesperadamente. El agua está sucia y espumosa, trae troncos y escombros; de vez en cuando, algún animal muerto. El olor es nauseabundo. Las corrientes amenazan con ahogarme y nadie puede hacer nada por mí.
Henryque
La Croaca, 2 de junio de 2008
Me ha gustado mucho porque nunca llueve a gusto de todos, aunque hay que tener en cuenta que hasta el 40 de mayo no hay que quitarse el sayo
ResponderEliminarYo de pequeño pescaba mugles ( aunque no sé si en Cantabria será "mubles") y se los vendía a los guiris como si fuesen truchas. Y ésto, os aseguro, no es ningún anfibiótico.
ResponderEliminarMuy bueno quique.
Al menos los hay que pueden agarrarse a un árbol. Muchos otros desaparecen arrastrados por la corriente, como los anfibióticos. Y yo de pequeña pesacaba quisquillas y mi abuela las cocinaba, porque entonces no estaba de moda el eslogan de pezqueñines. O sí lo estaba, no me acuerdo, pero si no los pescábamos morían ahogadas en el pis que los niños pequeños hacían en sus charquitos.
ResponderEliminarDe todas maneras me ha encantado, Quique, que me he ido por las ramas....y nunca mejor dicho!!!jejejejejejje