Léelo: con mucha calma y hasta el final
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Nunca he escondido mi afición por la geografía y los mapas, de sobra por todos conocida. Lo siguiente lo digo en serio, y me lo decía siempre mi abuelo, cuando abría el Atlas Everest tercera edición, que guardaba bajo llave en su casa: “Si no puedes entender la historia, mírala”. De mi abuelo heredo esta pasión, que nació en él de su condición de viajero a la fuerza.
En mí es algo inexplicable, y aunque al final haya resultado ser un botarate; lo poco que conozco lo aprendí en aquellas tardes centelleantes de sabiduría, en las que abría el Atlas y lo miraba todo. Tenía un miedo frío al saber, al infinito y al universo. Me dijo mi abuelo una vez: “Vas a ser un sabio, como habría sido mi hermano Eladio, que no aprobó nunca ni la gimnasia pero que antes de morir había leído más que todo el pueblo junto desde la fundación” La nostalgia le hizo daño, como siempre hace. Se calmó un segundo y continuó: “Ahora, debes prometerme que nunca serás político” Se lo prometí, sin saber muy bien a qué venía aquello ni qué era un político exactamente, le prometí con mi mano plantada sobre aquel Atlas Everest tercera edición.
Al recordarle, siento cansancio y una pena fatigosa. Sólo me consuela saber eso de que los muertos no son más que polvo. Murió pocos meses después de decirme aquello y como cualquier serrín, afortunadamente, ni ve lo que soy ni mira lo que hago ni escucha lo que digo. Tuvo una vida perra de mala suerte, siempre estuvo en el canto de un duro que nunca se le volvió cara, ni cruz; solo de viejo, ya por los achaques de la edad, que fueron muchos.
Cuando murió, me quedaban siete mapas por ver: cuatro políticos y tres físicos, de la zona de Oceanía y parte de Asia. El Atlas lo enterraron con él, pues siempre dijo que tras haber vagado por Europa durante años a tientas, sin saber donde estaba ni a donde ir; nunca más volvería a ningún lado sin su querido Atlas, que compró con su decimoséptimo sueldo tras volver a España.
Desde entonces, le tengo fobia a Oceanía, y una aprensión disparatada a perderme en alguna de aquellas islas. La semana que viene, viajo a Australia a entrevistarme con mi homólogo en funciones, el ministro de relaciones internacionales Charles Downer. Creo que voy a dimitir. Ya ni me queda el consuelo de poder prometer mi cargo ante un Atlas Everest tercera edición. Yo prometería, si pudiera y me dejasen, incluso juraría, ante el Atlas Everest tercera edición de mi abuelo. Para mí, más sagrado que cualquier superventas caído del cielo.
Nahuel
La Croaca, 29 de Mayo de 2008
Y mucho mejor jurar sobre Oceanía que sobre la Europa siempre podrida.
ResponderEliminarPues no le tengas tanto odio a Oceanía, que es mi lugar del mundo favorito. Más que nada porque son nuestas antípodas y porque la Historia le ha hecho un vacío increíble.
ResponderEliminarEso sí, de jurar, juremos sobre un atlas, que al menos tenemos constanza de que lo que en él está escrito existe.
Existe todo lo que te puedas imaginar. Y si yo me imagino que australia no existe, no existe.
ResponderEliminarPero el abuelo si. Y llevaba corbatas y sombreros
no sé si llevaba traje y sombrero, pero no me queda duda de que el abuelo era tan sabio como su hermano eladio. Supongo que en parte el nieto quiso que el mapa lo enterraran junto a él, para compensarle la decepción qeu habría supuesto verlo trajeado de político
ResponderEliminarYo quiero ir a australia! pero creo que al abuelo, ya que había tenido tan mala; vida le hubiera gustado que los políticos en el Parlamente se ocuparan de cosas que hagan que la gente no lo pasase tan mal y no sobre disquisiciones ideológicas que no mejoran la vida de nadie. Tal vez por eso tenía tan mala opinión de los políticos
ResponderEliminarKisses
Es curioso, pero nuestro blog también tiene símbolos religiosos. Habría que añadir un atlas...
ResponderEliminarYo voy a jurar mis futuros cargos por el Monstruo de Espaguetti Volador y por la Constitución de Micronesia.
ResponderEliminarLo malos es que nunca tendré un cargo que jurar...
Pero bueno, siempre me quedará Camberra.