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Léelo: imaginándote que tienes el pelo de Fabiola de Bélgica.
Aún le quedaba tiempo hasta que el cochero la llevara a la fiesta.Tomó el collar de perlas del joyero y lo colocó sobre su huesudo cuello. Mientras juntaba detrás de su nuca los dos extremos del collar miró el espejo extrañada. Todo parecía estar en su sitio: los ojos recién pintados, el carmín de los labios aún brillante y la tez ligeramente palidecida por el fino talco cosmético. Pero algo fallaba. Había algo que desentonaba con el aire de cortesana decimonónica que tanto estaba de moda. Su pelo. La larga melena negra azabache, propia de sus genes latinos, oscurecía su mirada y marcaba aún más sus pronunciados pómulos. "Esto hay que solucionarlo". Cogió la pequeña campanilla que había frente al tocador y la agitó con delicadeza. "¡Thomas!". A los quince segundos entraba un hombre de femenina perilla recortada, con unas tijeras y un bote de laca en sus manos. Llevaba esperando ese momento durante varios meses. Sin mediar palabra, Thomas movió con arte su tijera al tiempo que inundaba la cabeza de Fabiola con el pegajoso spray de la laca. Media hora más tarde, la princesa había abandonado la peineta y los ojos negros por la delicadeza y la sofisticación de una futura reina.
Fabiola no quedó satisfecha, pero, al fin y al cabo, "ya crecerá".Cogió su bolso y bajó las escaleras. Diez minutos más tarde ya estaba rodeada de lo más selecto de la aristocracia europea. Todos estaban maravillados con su nuevo look. Excepto ella. Horas más tarde, Fabiola entró descalza en su ropero, con los tacones en las manos y un extraño dolor de cuello. Se desvistió. Se puso el camisón de seda. Fue a su enorme baño. Frente al pequeño espejo del servicio descubrió que efectivamente no le gustaba nada su aspecto. Abrió un grifo. Cogió agua en sus manos. Suavamente comenzó a mojar su pelo. Pero no podía. Su cabello recién cortado permanecía intacto. Ni una gota de agua había impregnado su recogido. Intentó alisar el pelo con la mano, pero era imposible. Desesperada, metió la cabeza bajo el fregadero y observó como su cabellera repelía el agua, que salía disparada hacia los lados. Nada funcionó. Ni las tijeras. Ni las horquillas. Ni siquiera las pelucas. Tirada en los azulejos del baño, con los ojos amoratados de tanto llorar y el suelo lleno de productos para el cabello observó que de entre todas esas exquisiteces de aristócrata mimada, había un alargado bote metálico que brillaba inusitadamente. Andando sobre sus rodillas se acercó hasta el bote y lo tomó entre sus manos. Tenía pegado una etiqueta hecha a mano. Algunas letras tipografiadas en tinta roja descubrieron la horrible tragedia: " Aplicar abundantemente sobre la zona afectada. Recuerde, el tratamiento es irreversible." Dejó caer entre sus dedos el alargado bote metálico y al tiempo aceptó su horrible sino. Era el bote con el que Thomas le había rociado mientras le cortaba y peinaba el pelo. Thomas la había arruinado.Estaba destinada a llevar ese peinado para siempre.
Havié: el Tritón Jaspeado
La Croaca, 31 de mayo de 2008