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Del hombre, que no mediría más de un metro, colgaba una barba blanca que sin llegar a tocar el suelo bien podría haberle librado en más de una ocasión de los males marginales de un estrujón insospechado en el monte. Sobre su cabeza, un enorme gorro rojo hacía equilibrismos por mantenerse firme y puntiagudo en contra de las leyes físicas que con tanto vigor parecían actuar en aquel lugar. De ese gorro, le llamo la atención a Rosa su color. Cuando se hallaban a no más de dos metros de la muchedumbre, comencé a oír su verbo y su voz de locutor radiofónico en paro. Rosa se sentó entre los niños, justamente entre dos pelirrojos feos como un rayo, ella con trenzas y él con un tremendo copete que quizá ambicionase ocultar el duro gesto de su cara atestada de sebosos y mugrientos depósitos de manteca y tocino. El enano barbudo algo musitaba sobre un pueblo de mar, un barco y una anciana apenada:
“La vieja vendió sus cuadros, herencia del padre y del marido, porque los dos eran pintores. Estaba triste cuando lo hizo, porque la patata había salido mala en aquel suelo yermo y porque estaba arruinada”
Esperando que el enano desapareciese a la bajada del telón, fue algo decepcionante verlo desvanecerse de un salto, al bajar de su tarima y perderse entre aquellos niños y hombres
El enano, se llama Odiliano, comenzó a contar cuentos cuando sus putas se murieron de hambre. La crisis, desgraciada, había apagado hasta el sexo de los hombres y ya solo se pagaba por una historia aún más triste que la mía y la de aquellos dos pelirrojos, feos, feísimos, y muy pobres.
La Croaca de Gijón, 2 o 3 de Julio de 2008.Nahuel y otras
me gusta que al relato no se le vea relación con la noiticia casi hasta el final. buena dosis de anfibióticos, nahuel
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