miércoles, 29 de julio de 2009

Olfato para diagnosticar el Alzheimer

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Lee la noticia intentando recordar lo que cenaste antes de ayer

La casa olía a tostadas y a un tufillo pesado que provenía de la habitación de al lado sin ventilar; no le hizo falta olerlo, se sentía en el ambiente, y lo despertó. Se colocó las zapatillas, y con los ojos cubiertos de legañas se miró en el espejo para intentar, sin remedio, atusarse el pelo. Su mujer, se había marchado ya, podía campar por la casa a sus anchas. Metió un par de tostadas en la lavadora. Tardaban en hacerse. Decidió que estando solo en casa o no, su estado era vergonzoso. Busco algo de ropa en el lavavajillas. Vaya, nada limpio. Cubriéndose con las manos, avergonzado, casi horrorizado por su cuerpo semi-desnudo y peludo, se acercó, deprisa, al exprimidor, se sentó sobre la encimera, encendió el aparato y esperó a que empezasen a dar las noticias. Las noticias y las tostadas tardaban. Pasaron cinco minutos, quince. Y nada. Aburrido por fin, comenzó a examinar los azulejos de las paredes, uno por uno. Parece que está nublado hoy.
Las tostadas seguían sin saltar, miró en el interior de la lavadora pero seguían en el mismo estado que cuando las metió. Se le pasó el hambre. Decidió salir a pasear. La gente lo miraba fijamente, lo observaba con extrañeza durante unos segundos y después se apartaba. Se había olvidado de su desnudez y se entretenía contando las baldosas a su paso. Cuando llegó al número ciento noventa y nuevo se sintió incapaz de contar más. ¿Puede alguien olvidarse del concepto 200? Lo tenía en su cabeza, pero su abstracción estaba bloqueada y le impedía reproducir el número. Continuó unos pasos, ya sin contar, hasta que un dolor estresante le encogió el estómago. Es hora de volver a casa. En el portal se concentraba un número de personas que no supo llegar a contar. Por pura incercia, llegó a su piso. Estaba la puerta abierta y una persona que quiso recordar como su mujer, lloraba entre cuatro paredes revestidas de negro. Un fétido insoportable hedor a chamuscado se había adueñado de la casa. Un aparato hecho ascuas yacía sobre la encimera, y en un radio de dos metros en torno a él, un espeso cerco de hollín. Su mujer no paraba de gritar, energúmena, por el mero hecho de pensar que podría haber ocurrido algo peor, que la casa entera hubiese salido ardiendo, y al mismo tiempo le echaba la reprimenda a su marido, gritando frases incongruentes sobre unas tostadas. Se refería a las primeras, que invadieron de olor la casa. Pero él no lo sabía. Permanecía, implacable y como aturdido delante de la lavadora. No comprendía, las tostadas seguían allí con el mismo aspecto, blanquecinas y tiernas.

5 comentarios:

  1. me gusta taosa. Yo cuando hace calor enciendo la percha, me quito la ropa y la cuelgo en el aire acondicionado.

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  2. Con un poco de retraso..un día meti pan de molde en el microondas, y paso algo extraño; la casa olió a tostada como un mes entero.
    Dicho esto, me ha gustado mucho esta actualización.

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  3. háztelo mirar, antonieto, cuando llegues al punto en el que enciendas la ropa y te pongas las percha, háztelo mirar.
    renacuajo, pregúnta a sara y a ana en qué estado quedó su microondas tras el incidente con las palomitas. creo que olía a palomitas desde recepción xD

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  4. Yo si que no puedo entender que haya personas que olviden el concepto de 200. Me da pena, me lo imagino desnudo y con sus zapatillas de estar por casa.

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  5. Pues me parece aterrador. Sobre todo, porq yo he metido unos calcetines sucios en el congelador. Lo juro. Tenía, entonces, poco más de treinta años.
    Veo mi futuro muy negro.

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